domingo, 5 de julio de 2020

EL ÁGUILA Y LA GALLINA


EL ÁGUILA Y LA GALLINA
“Había una vez un campesino que fue al bosque “Había una vez un campesino que fue al bosque vecino a atrapar un pájaro para mantenerlo cautivo en su casa. Consiguió apresar un pichón de águila. Lo colocó en el gallinero junto con las gallinas. Comía mijo y la ración propia de las gallinas. Aunque el águila fuera el rey/la reina de todos los pájaros.

Después de cinco años, este hombre recibió en su casa la visita de un naturalista. Mientras paseaban por el jardín, dijo el naturalista:
-Ese pájaro que está allí no es una gallina. Es un águila.
-Así es, -dijo el campesino-. Es águila. Pero yo la crié como gallina. Ella ya no es un águila. Se transformó en gallina, como las otras, a pesar de las alas de casi tres metros de envergadura.
-No –retrucó el naturalista-. Ella es y será siempre un águila. Pues tiene un corazón de águila. Este corazón la hará un día volar a las alturas.
-No, no –insistió el campesino-. Ella se volvió gallina y jamás volará como águila.
Entonces decidieron hacer una prueba. El naturalista tomó el águila, la levantó bien alto y, desafiándola, le dijo:
-Ya que usted es en verdad un águila, ya que usted pertenece al cielo y no a la tierra, entonces, ¡abra sus alas y vuele!
El águila se quedó sentada sobre el brazo extendido del naturalista. Miraba distraídamente alrededor. Vio a las gallinas allá abajo, rascando el piso en busca de granos. Y saltó hacia ellas.
El campesino comentó:
-Yo le dije, ¡ella se convirtió en una simple gallina!

-No –insistió el naturalista-. Ella es un águila. Y un águila será siempre un águila. Vamos a experimentar nuevamente mañana.
Al día siguiente, el naturalista subió con el águila al tejado de la casa. Le susurró:
-Águila, ya que usted es un águila, ¡abra sus alas y vuele!
Pero, cuando el águila vio allá abajo a las gallinas rascando el suelo, saltó y fue junto con ellas.
El campesino sonrió y volvió a la carga:
-Yo le había dicho, ¡ella se convirtió en gallina!
-No –respondió firmemente el naturalista-. Ella es águila, poseerá siempre un corazón de águila. Vamos a experimentar todavía una última vez. Mañana la haré volar.
Al día siguiente, el naturalista y el campesino se levantaron bien temprano. Tomaron al águila, la llevaron hacia afuera de la ciudad, lejos de las casas de los hombres, a lo alto de una montaña. El sol naciente doraba los picos de las montañas.
El naturalista levantó al águila hacia lo alto y le ordenó:
-Águila, ya que usted es un águila, ya que usted pertenece al cielo y no a la tierra, ¡abra sus alas y vuele!
El águila miró alrededor. Temblaba como si experimentase nueva vida. Pero no voló. Entonces, el naturalista la tomó firmemente, bien en dirección al Sol, para que sus ojos pudiesen llenarse de la claridad solar y de la vastedad del horizonte.
En ese momento, ella abrió sus potentes alas, graznó con el típico kau-kau de las águilas y se irguió, soberana, sobre sí misma. Y comenzó a volar, a volar hacia lo alto, a volar cada vez más hacia lo alto. Voló…voló… hasta confundirse con el azul del firmamento…”


Extraído del libro “El despertar del águila” de Leonardo Boff




o a atrapar un pájaro para mantenerlo c

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